ANA ESCAURIAZA
Hace apenas un mes Gara escribía una interesante crónica sobre
lo que significa vivir un día en el increíble Meeting de Ascot. El sábado 15 de
agosto tuve la oportunidad de disfrutar de la Copa de Oro en directo, en Lasarte.
Sé que las comparaciones son odiosas y que el coqueto hipódromo donostiarra está a años luz del gigante inglés pero, para
completar esta especie de “tour” turfístico, vamos a conocer un poco más cómo es un día en Lasarte.
Para los que sólo conocemos el Hipódromo de la Zarzuela lo primero que más llama la atención de Lasarte es la cercanía. Cercanía en muchos sentidos. Primero, porque se
encuentra, literalmente, “incrustado” en el
pueblo. Aunque es lógico que no podemos pedir un hipódromo en le
centro de Madrid capital me gustó mucho mirar los edificios que se
encuentran en la recta de enfrente e imaginar qué afortunados
tienen que ser sus inquilinos al poder, no sólo ver las
carreras gratis y desde casa, sino también disfrutar
a diario de los entrenamientos.
Cercano, también, por su tamaño y prestaciones. Es verdad que La
Zarzuela está
muy bien distribuido y eso permite que se pierda poco
tiempo en ir de un lugar a otro (paddock - apuestas - pista) pero Lasarte es… especial. Su paddock invita a ver a los caballos en la zona
contraria desde donde bajan. Eso crea una bonita imagen ya que los ves
aparecer, de repente y sin saber si están. Desfilan
como modelos en una pasarela. Además, para acudir a la pista “chocas”
contra todos los atractivos del hipódromo y eso ayuda a crear un buen ambiente y a que veas que está todo a mano.
Y sobre todo
cercano por su gente. Mientras que en Madrid el ambiente es más…
“selecto” en San Sebastián se respira
turf y afición. Tuve la oportunidad de hablar con varias personas y,
casualmente, todos eran donostiarras que no entendían mucho de
turf pero les gustaba ir en verano al hipódromo.
Disfrutaban viendo a los pura sangres galopar sin más
pretensiones. Es decir, aficionados locales que se vuelcan con su hipódromo.
Un gran ejemplo
que ilustra esta cercanía es que, por su disposición, en Lasarte te cruzas con jockeys, preparadores, propietarios… aunque existen zonas “reservadas” la propia
funcionalidad del hipódromo hace prescindir de zonas separadas
para obligar a los profesionales (y en algunos casos ídolos) a
cruzarse con los aficionados. Un lujo poder oír a Borja
Fayos comentar la carrera con preparador o ver a Arizkorreta salir corriendo
para recoger su premio.
Aunque Lasarte es
un hipódromo modesto, no muy grande y con pocos lujos, tiene una belleza
incalculable. Su belleza nace principalmente de su entorno. Desde el poste de
meta sólo tienes que alzar los ojos para ver verde y más verde. Casi me producía más satisfacción imaginarme galopando por esas laderas y esquivando árboles en los bosques que girando en la curva de Bugatti para
encarar la recta.
Pero el hipódromo en sí me pareció bello también. Funcional, modesto. Como el propio público de San
Sebastián. Ir un día a Lasarte te hace, si lo tienes,
deshacerte del prejuicio que rodea al mundo del turf. Es verdad que ves a
acaudalados propietarios. Pero también te encuentras en un hipódromo que no se avergüenza de tener unos baños sencillos, viejos pero bien cuidados. O que sirven helados en
un chiringuito de plástico de playa. Y eso no parece
importarle a nadie porque su público no son magnates del petróleo o CEO de multinacionales sino donostiarras sencillos que
disfrutan buscando en cada pura sangre ese destello ganador que te empuja a
apostar un par de euros por él. Un hipódromo de “andar por casa” donde te encuentras las mismas caras y
los mismos servicios que en tu barrio. Un hipódromo donde
te sientes cómodo.
Respecto a las
carreras hay poco que añadir que no lo hayan hecho ya los medios
de comunicación. Me gustó ver, una vez más, al gran
Abdel en directo. Es verdad que me dolió que no
ganara.
La Copa de Oro
fue, quizá, algo decepcionante. Pero incluso dentro de esa decepción Lasarte sabe proporcionarte una buena anécdota. Yo aposté a Abdel como ganador y un trío con Achtung y Ziga. Evidentemente fallé estrepitosamente.
Mientras me dirigía al paddock para ver a los participantes de la cuarta me crucé con muchos aficionados. Todos llevaban malas caras, silenciosos.
Unos pocos pensaban en alto intentando encontrar una explicación al resultado. Pero me crucé con tres
aficionados franceses jóvenes. Uno les gritaba a los otros dos,
lleno de alegría, que ya sabía él que
hicieron bien apostando a sus dos compatriotas. Nunca supe si, además de echar unos euros a Scalambra y Rooke pusieron a Achtung en el
trío. Esa apuesta se pagó a más de 1.300
euros el euro apostado. Aún así,
enhorabuena por ellos.
Del resto de
carreras me gustó
ver a los dos años. En parte
porque son siempre caballos “nuevos”
y me encanta verlos por primera vez y cazar a
mis favoritos para futuras carreras. Y en parte porque me pierde verlos todavía tan jóvenes, algunos desgarbados, otros
asustados… y poder pensar que, dentro de unos meses o un par de años, los veré corriendo los grandes premios europeos y
recordando ese momento donde los vi aparecer en el paddock de Lasarte más atentos a todos los estímulos que a
su mozo de cuadras.